La respuesta a esta pregunta es rotunda: SÍ.
La exigencia es un motor para conseguir muchas de nuestras metas, muchos de nuestros objetivos y sueños, y por esto es algo muy positivo. Es más, se nos educa para ello. Desde pequeños nos envían mensajes que nos dicen que debemos hacer esto y aquello, que debemos esforzarnos, etc.
Gracias a nuestro empeño y esfuerzo, a nuestra exigencia, conseguimos mucho en la vida, avanzamos obteniendo normalmente buenos resultados. Es por esto que al final cuando queremos conseguir algo recurrimos a la exigencia.
Si lo pensamos así es algo lógico ¿no?, es como si tengo un limpiador multiusos que me ayuda a limpiar absolutamente todo, ¿acaso no recurriría a él en un principio ante cualquier mancha?. Pues con la exigencia ocurre algo similar, como funciona sigo utilizándola como motor.
El problema es que al final me acabo exigiendo tanto que la probabilidad de fracaso aumenta progresivamente sin darme cuenta, y ahí empiezan los problemas.
Si la probabilidad de fracaso va en aumento, será muy probable que finalmente me encuentre ante situaciones que me generan mucho malestar, muchos sentimientos negativos: tristeza, frustración, rabia, temor, culpa, etc. Ante este malestar la tendencia de una persona autoexigente suele ser la de iniciar un proceso de autocrítica.
Cuando me refiero a la autocrítica me refiero a esa autocrítica hostil, nada objetiva ni constructiva, esa que es como un látigo con la que nos castigamos y nos repetimos una y otra vez todo lo que hemos hecho mal.
Si nos castigamos con nuestra autocrítica una y otra vez, al final nuestra autoestima se resentirá. Recordemos que la autoestima no es valer más o valer menor, es realmente lo que nos queremos, lo que nos valoramos. Si nuestra autoestima es débil cada vez nos sentiremos con más ansiedad e inseguros ante situaciones nuevas y sobre todo, cada vez nos sentiremos más tristes.
El problema es que no nos quedamos ahí, esto no es suficiente, como buenos autoexigentes que somos hemos aprendido que si nos organizamos, que si nos exigimos, al final lo conseguimos. Por eso, al final volvemos a exigirnos, a crear nuevas normas del tipo “la próxima vez lo que tengo que hacer es…”. ¿Y qué conseguimos con esto? Pues muy sencillo, conseguimos aumentar cada vez más nuestra exigencia.
La exigencia, como decía al principio, puede ser muy beneficiosa y si la aplicamos a nosotros mismos puede suponer un gran motor, sin ella seguramente no haríamos nada y tendríamos ante la vida una actitud pasiva similar a los llamados “ninis”. Pero la exigencia es como el Sol, es necesaria para la vida, para que las plantas crezcan, pero ¿qué pasa si el Sol es muy fuerte?, pues que todo se quema.
Por esto decimos que la exigencia es muy positiva pero también puede acabar siendo nuestra enemiga porque nos hace daño sin ser nosotros conscientes. Así que ya sabes exígete, pero con cuidado.