El pasado 25 de mayo de 2019 la Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó dentro de su catálogo de enfermedades profesionales el “Síndrome de Quemarse por el Trabajo” (SQT) o comúnmente conocido como “burnout”. Este síndrome se diferencia del estrés laboral en que no se trata de una respuesta a situaciones de estrés determinadas que puedan darse en el trabajo, sino que se trata de una consecuencia a un estrés laboral crónico, mantenido, que llega a provocar en el trabajador un agotamiento físico, emocional y psicológico absoluto. El agotamiento o “queme” es tal, que el trabajador puede ver en el abandonar su trabajo, su profesión, la única salida a su malestar.
Hay profesiones que son más vulnerables a este Síndrome de Quemarse por el Trabajo, los médicos, personal de enfermería, profesores, y en general profesiones en las que existe una alta carga de responsabilidad y trato con personas. Dentro de estas profesiones son más vulnerables aquellas personas muy idealistas, autoexigentes y que eligieron su trabajo por gran vocación. El desgaste ante las expectativas defraudadas y los ideales destrozados, unidos a un alto nivel de estrés por la responsabilidad del puesto, y posibles conflictos con compañeros y clientes, suelen ser los principales motivos que se esconden detrás del “burnout”.
Todos podemos sentir en alguna ocasión esta sensación de estar “quemados”, de estar agotados, frustrados y no querer ir a trabajar, pero cuando hablamos de el Síndrome de Quemarse por el Trabajo nos referimos a algo más. Si analizamos con un poco más de detalle el proceso puede que entendamos mejor y podamos identificar si nos encontramos en esta situación:
El “burnout” suele dividirse en diferentes fases:
• La fase del entusiasmo: en esta fase el trabajo se vive como algo estimulante; a pesar de ser muy exigente también nos aporta mucho; afrontamos con energía los contratiempos; nos sentimos muy identificados con nuestros compañeros y con la organización a la que pertenecemos; no nos importa prolongar nuestra jornada laboral; y nos marcamos objetivos más altos de lo que se espera de nosotros.
• La fase del estancamiento: en esta fase empezamos a sentir cierta sensación de derrota pero sin saber cuál es el motivo; vemos que no conseguimos los resultados que ansiábamos; nuestro entusiasmo oscila y actuamos a veces con energía y otras veces estamos como apagados; nos contagiamos poco a poco del negativismo de nuestros compañeros; y empezamos a tener problemas de salud (dolores de cabeza, problemas de estómago, etc.).
• La fase de la frustración: en esta fase ya vemos el trabajo como carente de sentido y empezamos a penar que nos hemos equivocado de profesión; empezamos a sentir miedo al futuro; nos invade el negativismo; nos sentimos cada vez más impotentes e ignorantes; nuestra irritabilidad cada vez es más alta y tenemos conflictos con compañeros y clientes; estamos cada vez más aislados; y cada vez tenemos más malestar físico (síntomas psicosomáticos).
• La fase de la hiperactividad o apatía: se puede producir una u otra fase antes del colapso final. En la fase de hiperactividad perdemos el contacto con nosotros mismos; estamos siempre trabajando y no decimos “no” a nada; estamos acelerados, somos incapaces de escuchar; queremos hacer tantas cosas que al final no hacemos nada; y finalmente se produce el “colapso”. En la fase de apatía la esperanza nos abandona; nos sentimos muy distantes a nuestros compañeros e incluso a nuestra familia; nuestra inseguridad es absoluta y no nos sentimos capaces de afrontar un cambio en nuestra vida; y dejamos de preocuparnos por el trabajo, nos volvemos apáticos y nos abandonamos a la catástrofe.
Al final la persona que sufre este síndrome llega al colapso absoluto, que le lleva a buscar un traslado en el mejor de los casos, a buscar un cambio de trabajo, o a abandonar su profesión en los casos más graves.
En todos estos casos resulta muy triste que grandes profesionales lleguen a este punto, por eso es importante intentar detectar este tipo de situaciones antes de que sea tarde.
La aparición de síntomas de tipo psicosomático junto con sentimientos de tristeza, frustración e irritabilidad, pueden ser algunos de los indicadores que nos pueden hacer sospechar de que algo no va bien. Una adecuada valoración a tiempo puede ayudarnos a afrontar el estrés diario que nos produce nuestro trabajo, nuestra profesión, de una forma más eficiente.
La psicología, y en concreto la psicoterapia cognitivo-conductual, ofrece técnicas para que la persona pueda enfrentarse a las demandas del trabajo de una forma adecuada y poder así tanto prevenir como superar situaciones de estrés laboral que si no se resuelven y se vuelven crónicas pueden derivar el un “burnout”.
Si no se llega a tiempo y la persona inicia un período de baja o de incapacidad laboral, una evaluación psicológica pericial especializada puede ayudar a diagnosticar este síndrome y solicitar ahora el reconocimiento como “enfermedad profesional”.