La semana pasada nos sobrecogió la noticia de que un menor de dieciséis años se había quitado la vida tras ser víctima de acoso escolar en su instituto. Si bien es cierto que cada caso es un mundo y que todavía no está claro todo lo que ha podido influir en éste en particular, hay algo que no podemos pasar por alto, el acoso escolar o bullying está presente en nuestras centros educativos desde edades muy tempranas.
La dificultad para su detección hace que sea difícil dar una cifra de menores afectados. El silencio de las víctimas por un lado, y el ocultismo en ocasiones de los centros educativos por otro contribuyen a que no podamos saber realmente su dimensión. Pero si tenemos en cuenta las consecuencias que tiene el acoso escolar sobre los menores y la gravedad de éstas, poco importan cifras, es necesario prevenirlo y actuar de forma contundente sí o sí.
Pero realmente ¿qué se entiende por acoso escolar?. El
acoso escolar o bullying hace referencia a todas aquellas conductas agresivas, intencionadas y repetidas que adopta un estudiante o grupo de estudiantes, contra otro u otros sin que exista una motivación evidente. Normalmente hay una intención de intimidar a su víctima por medio del hostigamiento y de maltrato tanto verbal como físico.
Como en otros casos de acoso, el laboral por ejemplo, coincide una serie de características: existe un desequilibrio de poder entre el acosador y la víctima (este desequilibrio puede ser percibido por la víctima aunque no sea real); el daño a la víctima es intencionado; y el comportamiento agresivo se produce de forma repetida en el tiempo.
Existen
diferentes tipos de acoso y normalmente suelen darse varios de forma simultánea.
El acoso
físico es bastante habitual en menores: patadas, empujones, etc. Aprovechando normalmente un mayor desarrollo físico en el agresor. También es habitual el romper objetos o material escolar de la víctima o incluso robarle dichos objetos.
El
verbal es el acoso más habitual. El acoso verbal destroza una autoestima en desarrollo en la víctima. Insultos, motes, propagación de rumores falsos sobre la víctima, críticas o burlas en público, etcétera, son los comportamientos más habituales.
El acoso
psicológico normalmente consiste en amenazar a la víctima, provocarle miedo para conseguir de ella que haga cosas que no quiere hacer, que le de algún objeto, etcétera.
El acoso
social es otro de los más habituales en esta edad. Ignorar a la víctima, impedirle que participe en las actividades del grupo de amigos o de clase, no hacerle partícipe de las actividades, etcétera. Muchas veces este tipo de acoso se justifica por parte del agresor “no es mi amigo”, “no es de nuestro grupo”, “ no le dejamos jugar porque el balón no es suyo”, etcétera.
A estos tipos de acoso se ha unido hace unos años, con el auge de las redes sociales, el
cyberbullying. Consiste en la intimidación por medio de mensajes o correos electrónicos. De esta forma el acosador puede amenazar, difundir mentiras, burlarse y seguir maltratando a su víctima por las redes. El cyberbullying tiene un efecto devastador sobre la víctima ya que ésta ve cómo el acoso ya no se limita a las horas que pasa en el centro escolar, sino que se mantiene durante todo el día, traspasando barreras, por lo que al final la víctima no encuentra un espacio en el que sentirse a salvo del acoso.
En la actualidad existen diferentes
programas de prevención y tratamiento del acoso escolar que se llevan a cabo en los centros educativos, pero cuando tenemos conocimiento de casos como el que antes mencionaba nos preguntamos ¿es suficiente?. La respuesta en NO.
Es importante un abordaje más especializado por parte de los centros educativos, de los profesores, y para ello se requiere formación. No basta con establecer protocolos para actuar una vez detectado el problema. Los centros educativos y los organismos oficiales deben implicarse en la formación de los profesores para detectar y abordar esta problemática de una forma adecuada.
Pero también es importante tener en cuenta un factor, la edad de la víctima. En la infancia y adolescencia la autoestima se encuentra en desarrollo, es mucho más frágil, por eso los efectos del acoso escolar pueden ser mucho más graves. Pero si tenemos en cuenta este aspecto para valorar las consecuencias, también debemos tenerlo en cuenta para prevenir el acoso. Un menor con una buena autoestima, con buenas habilidades sociales, que tenga confianza con sus profesores y padres, que tenga empatía, será un menor menos vulnerable ante las situaciones de acoso escolar.
Por eso no sólo es importante implantar protocolos en los centros educativos para actuar en caso de acoso, sino establecer programas que desarrollen habilidades sociales, empatía, compañerismo y más habilidades para que nuestros menores crezcan fuerte y por lo tanto a salvo del acoso escolar.
Puedes ver mi intervención en el programa de Ana Rosa
aquí, a partir de 2:40:00.